25/8/08
Rolls Royce Phantom Drophead Coupé
Con sólo cuatro días de antelación, nos comunicaron a un cámara y al que escribe estas líneas la grata noticia. Según se iba acercando el momento, el nudo en el estómago que tenía desde que me lo hicieron saber, parecía que se hacía más y más fuerte. Durante cuatro horas, uno de los sueños que tiene todo amante del mundo del automóvil se iba a hacer realidad. Es lo que tiene la Diosa fortuna: a veces, nos recompensa con una grata sorpresa.
Día D, lugar elegido: las puertas del cielo. Llamamos y entramos. A modo de bienvenida, el característico e imponente frontal de un Rolls se nos presenta ante nuestros asombrados ojos. Nos acercamos un poco más y vemos a la famosa estatuilla del Espíritu del Éxtasis, una mujer inclinada hacia delante, que se echa los brazos hacia atrás para sujetar una especie de capa movida por el viento y que pareciese que quisiera volar. Empezamos a recorrer lentamente con la mirada el resto de las siluetas del Phantom Coupé y del Phantom Drophead. Enseguida nos llama la atención su mastodóntica longitud: 5,60 metros en ambos casos. Nos fijamos en las ruedas, también enormes, tanto que son los dos únicos vehículos del mercado que se comercializan de serie con llantas de 21 pulgadas de diámetro. En este primer acercamiento, apreciamos que el capó y el pilar A de ambos no están realizados en el mismo material que el resto de la carrocería. Efectivamente, así nos lo comunican, ya que esas dos partes se han fabricado en acero pulimentado a mano, mientras que el resto de la estructura ha recibido mezclas de fibra de carbono y aluminio, material este último que constituye la materia prima y única del chasis. Otro detalle que nos llama la atención: en la parte trasera del descapotable Drophead, justo encima de la zona del maletero, vemos una superficie de madera, en este caso de tecka, elemento éste junto al del capó y el pilar A que son opcionales y cuyo precio de ambos suma casi los 15.000 euros (el precio, por ejemplo, de muchas versiones de vehículos compactos).
La familia real británica, Frank Sinatra, Mohamed Alí, Ernest Hemingway, John Lenon, Lenin, Rodolfo Valentino... son sólo algunos de los nombres de la prestigiosa lista de clientes de Rolls. Durante unos minutos, íbamos a sentir las mismas sensaciones que reyes, escritores de prestigio, deportistas famosos... en definitiva, personajes que han sido, son y serán mitos de la Historia.
El primero de los Rolls que íbamos a conducir era el Drophead. Abrimos las puertas, y ¡sorpresa!, se abren en el sentido contrario al habitual. Nos disponemos a entrar en el interior, y más que el habitáculo de un coche, parece la suite de un hotel de lujo, todo cuidado al más mínimo detalle y con materiales de gran calidad: cuero, madera en piano Black (un tipo de color negro) y aluminio se reparten el protagonismo de forma armónica, como las notas musicales de una bella melodía. Una vez acomodados, los asientos se ajustan a nuestra espalda como si de sillones hechos a medida se tratasen. Mi compañero de viaje, el cámara, se queda con la boca abierta y no duda en decir lo siguiente: 'tío, esto no es un coche, es algo más'. Mientras que ajustamos los asientos y nos empezamos a acostumbrar a tanta exclusividad, preguntamos a uno de los máximos responsables de Rolls-Royce Madrid cuántas posibilidades de personalización para el habitáculo ofrecía la marca. Éste nos contestó que no había un número limitado. Prácticamente todo lo que quiera añadir el cliente, la firma británica se lo proporciona a través del Departamento Bespoke. Si el afortunado propietario quiere poner, por ejemplo, una fina lámina de oro blanco en los marcos de los tiradores de las puertas, Bespoke lo evalúa y le da un presupuesto. El mundo Rolls es así: todo lo que la imaginación quiera se hace realidad. El responsable de la marca nos recuerda, además, que no hay dos Rolls en el mundo que sean iguales al cien por cien.
Empieza lo bueno. Arrancamos el motor del Drophead Coupé, un vehículo del que sólo se han vendido en España cuatro o cinco unidades. Pasan los segundos y el cámara me comenta: ¿has puesto en marcha ya el motor? Le dije que sí. El enérgico motor V12 de 6,7 litros de cilindrada y 460 CV (el Phantom Coupé incorpora el mismo propulsor) no daba síntomas de funcionamiento, aunque eso tan sólo era una sensación, gracias al inmejorable trabajo de insonorización llevado a cabo en el habitáculo. Esta cualidad se repetiría durante el resto del viaje, pues a pesar de que pisáramos a fondo el pedal del acelerador, a bordo no se escuchaba nada. Del mismo modo, el esquema de suspensiones no transmitía ninguna de las irregularidades del terreno. Más de dos toneladas y media de vehículo se deslizaban sobre el asfalto como si éste estuviese hecho de seda.
Este extremo confort de marcha se repite en el Phantom Coupé. Si se analizan las especificaciones técnicas de esta versión de carrocería respecto al descapotable, no existen diferencias, salvo en el peso (ligeramente menor en el Coupé con 2.590 kg, frente a los 2.610 kg del Drophead) y en el esquema de suspensiones, algo más firme en el Coupé y con mayores estabilizadoras. Abordamos un pequeño tramo de curvas y este señor del asfalto no vacila en ningún instante. La carrocería no da síntomas de balanceo en ningún momento, al menos durante nuestro pequeño test.
Algo que no pudimos comprobar durante las algo menos de cuatro horas que estuvimos al volante hace referencia a una de las características técnicas de Phantom Coupé y Phantom Drophead. Según uno de los responsables de la marca que nos acompañó en todo momento, si circulamos a 160 km/h el indicador de potencia nos dice que al motor aún le queda disponible el 90 por ciento. Además, también nos indican que ambos Rolls están pensados para poder hacer largos trayectos a una velocidad constante de 200-220 km/h, situación ésta, por supuesto, que sólo podría tener lugar en países con autopistas sin límite de velocidad.
Afrontamos los últimos kilómetros a bordo del Phantom Coupé. Nuestro sueño hecho realidad está a punto de finalizar. Seguimos disfrutando del momento hasta el último instante. Tocamos su volante, su palanca de cambios (situada en el lado derecho del volante, un elemento típico y genuino de Rolls-Royce), el exquisito tacto del salpicadero de cuero, la tersa piel de los asientos... queremos saborear hasta el final una experiencia casi divina. Pero los sueños no duran eternamente y el nuestro acaba después de casi cuatro horas plagadas de emociones y sentimientos. Hemos tocado el cielo y aún estamos en una especie de nube cuando recordamos esta trepidante historia.
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